En este caso, no estamos hablando de intereses financieros, sino de intereses contractuales que, no obstante, pueden ocasionar un gran daño a inversores desprevenidos. En concreto, nos referimos a las personas que suelen confiar en las recomendaciones de su asesor financiero, quien muchas veces suele ser un empleado del banco o la sociedad de Bolsa a través de la cual invierte su dinero.
Mientras el inversor solo piensa en hacer crecer su patrimonio, el asesor financiero solo tendrá en mente aumentar los ingresos del banco o la sociedad de Bolsa para la cual trabaja
Para la entidad financiera, lo mejor que puede pasar es que el inversor realice muchas operaciones, a fin de terminar cobrándole suculentas comisiones, o adquiera productos y servicios financieros del banco, sin importar si realmente le conviene contar con ellos.
Este es un obstáculo típico del inversor que quiere hacer crecer su patrimonio y no tiene la formación mínima necesaria para realizar sus propias lecturas del mercado y de los instrumentos financieros a disposición.
Lo cierto es que, teniendo más información como la que brindamos en esta columna el año pasado, se cuenta con más chances de reducir el impacto del conflicto de intereses a su mínima expresión, a fin de lograr relaciones comerciales donde ambas partes (la persona que invierte y la que asesora) puedan alinear sus intereses.
Hoy es el día de la educación financiera:
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Por otra parte, si queremos resolver temas importantes como la ponderación ideal entre acciones y bonos en nuestro portafolio de inversiones sin tener que pasar por un asesor financiero, podemos aplicar la Regla del 120, que repara en la edad que tengamos al momento de realizar el cálculo.
Lo que se hace es restarle nuestra edad al número 120. El resultado es la cantidad porcentual que debería invertirse en acciones, siempre según esta regla. La otra parte debería invertirse en bonos.
Por ejemplo, para una persona de 60 años, la cantidad a invertir en acciones es el 60% de su cartera, que es el resultado de restarle 60 a 120. El otro 40% debería destinarse a la compra de bonos.
La estrategia responde a la siguiente premisa: cuando una persona es joven, puede asumir más riesgos en sus inversiones, puesto que, en esa etapa de la vida, el dinero es un bien “renovable”. Aún le quedan años para seguir trabajando y reponerse de una potencial caída en el precio de las acciones.
En consecuencia, a una persona de 20 años usualmente se le recomienda estar invertida 100% en acciones, debido a que 120 menos 20 da 100
En cambio, para una persona de 80 años el porcentaje a invertir en acciones es de 40%, ganando mayor ponderación el capital invertido en bonos (60%).
Conclusión
Sabido es que en los mercados financieros la beneficencia no cotiza. Por el contrario, muchas veces se asemejan a una jungla financiera donde solo sobreviven quienes saben cuidar sus intereses. Para ello, la información y las reflexiones de esta columna puede resultar de vital importancia.
Se te concentrás en aplicar lo aprendido hoy, los intereses de tus inversiones se volverán más que interesantes y el resultado, a medida que pase el tiempo, será cada vez más evidente.