Las criptomonedas son un sector volátil, eso es algo en lo que todos coincidimos. Sin embargo, aunque los detractores puedan aprovechar cualquier caída en los valores del mercado para apoyar sus afirmaciones catastrofistas, la historia de la tecnología nos dice que la alternancia de periodos de auge y declive es bastante normal en un campo tan innovador como éste.
En los años 80, los videojuegos eran la última novedad. Consiguieron dar el salto de los salones recreativos a los hogares de los consumidores con el lanzamiento de los ordenadores personales y las primeras consolas de juegos como los Amiga y Atari. Las grandes empresas comenzaron a inyectar una fortuna en el sector: a partir de juegos pioneros como Pong y Breakout, empezaron a llegar al mercado un sinfín de imitaciones y clones, como Catterpiggle, Quarxon, Pushky y Phobos.
Lo que ocurrió después, sin embargo, fue algo que nadie en aquel momento se imaginaba. El mercado se sobresaturó de productos, la tasa de recuperación de la inversión no avanzaba lo bastante rápido... y la industria del videojuego sufrió un colapso descomunal.
En 1983, las empresas se quedaron con mucho más stock del que podían vender. Atari acabó arrojando más de 700.000 cartuchos de juegos sin vender a una tumba en el desierto, en Alamogordo, Nuevo México, muy cerca del lugar donde en la Prueba Trinity se detonó la primera bomba atómica del mundo. (Resulta curioso que esta nueva industria, cuyas raíces s