Transformarse y no limitarse al cambio. Esta es, probablemente, la lección más importante que hemos sacado de la pandemia. El coronavirus ha acelerado en todo el mundo los procesos de digitalización y sostenibilidad medioambiental en los que estaban inmersos tanto las empresas en particular como la economía en general. Y lo que antes eran pequeñas y sencillas implementaciones en los procesos de la cadena de valor ahora son evoluciones tangibles que van camino de la metamorfosis.
Mutaciones en verde que afectan incluso a las petroleras, sólo aparentemente antagónicas a la descarbonización. Los planes estratégicos de las principales compañías del sector del oro negro incorporan ambiciosos objetivos de cara a conseguir las cero emisiones en el medio plazo y completar así su transición a la industria energética y renovable.
En España, Repsol -primera petrolera en apoyar el Protocolo de Kioto y emitir un bono verde para refinanciar y financiar más de 300 proyectos de eficiencia energética- anunció en noviembre que 5.500 de los 18.300 millones de inversión previstos para el periodo 2021 – 2025 (más del 30%) se emplearán en mejorar la eficiencia energética de la compañía que reconvertirá sus centros industriales, desarrollará proyectos de economía circular, producirá hidrógeno renovable y combustibles sintéticos y reforzará su apuesta por el negocio de la generación de bajas emisiones.
____Czwartek - Jueves____
Por su parte, la portuguesa EDP, anunciaba a finales de febrero un plan de inversión de 24.000 millones de euros en transición energética de los que el 80% se destinará a la generación de energías renovables. Además, prevé abandonar la producción de carbón en 2025 y ser neutra en carbono en 2030. Veinte años antes de lo inicialmente previsto.
Un tercer ejemplo es el de British Petroleum (BP) que en los próximos nueve años multiplicará por diez la inversión en energía baja en carbono, con el hito de alcanzar los 5.000 millones de euros anuales. La petrolera británica incrementará tanto su capacidad de generación de energía renovable como el nivel actual de producción de biocombustible. Además, reforzará la apuesta por la movilidad sostenible con el objetivo de que en 2030 operen un mínimo de 70.000 puntos de recarga de vehículos eléctricos (actualmente sólo existen 7.500).
A los beneficios de la descarbonización económica para el futuro del planeta y la civilización, el hecho de que los mercados de capitales prioricen cada vez más este tipo de compromisos es un motivo de peso para las compañías. De hecho, es una realidad el que, sin olvidar la rentabilidad a futuro, los inversores de todo el mundo apuestan cada día más por la inversión socialmente responsable. Como también lo es que las organizaciones que integran este tipo de criterios en su gestión tienen menor riesgo y mayores capacidades de supervivencia incluso en entornos de incertidumbre como el actual.
Además, otro factor decisivo a tener en cuenta es que tanto la Agenda 2030 como los requerimientos regulatorios tienen cada vez más en cuenta la aplicación de los criterios ESG (Enviromental, Social and Governance) de las carteras de inversión crediticia de la banca. Es más, está previsto que, en el corto plazo, se incluyan en los test de estrés bancarios. En la práctica esto conlleva a que las entidades financieras prioricen la canalización del crédito hacia aquellas actividades que les permitan alcanzar ese objetivo en detrimento de las dependientes del carbón, a las que incluso se contempla restringir el acceso y volumen de crédito, tal y como ya ha anunciado Banco Santander.
Es por ello por lo que también las agencias de calificación, como Axesor Rating, trabajan en el diseño de una metodología específica y única que permitan identificar los riesgos ESG a los que se exponen tanto las empresas como las citadas carteras de inversión de la banca. En definitiva, un libro blanco que permita, a su vez, valorar el grado de cumplimiento de los principios de sostenibilidad medioambiental y diferencie las buenas prácticas del greenwashing.