El último análisis de Gilles Moëc, economista jefe en AXA Investment Managers, sobre las implicaciones de las disputas comerciales en las decisiones de política monetaria global: "Las consideraciones sobre los tipos de cambio van a pesar cada vez más en los responsables políticos fuera de EE.UU., a medida que aumenta el riesgo de una guerra comercial 2.0 generalizada".
Según advierte Moëc, "debemos prepararnos para una intensificación de las guerras comerciales si Donald Trump es reelegido
Aunque China seguiría siendo un objetivo clave, las subidas arancelarias se desplegarían mucho más allá de China. La política comercial no sería únicamente la prolongación económica de la rivalidad geopolítica con Pekín, sino la expresión de un deseo general de proteger a los productores estadounidenses frente a todos los competidores.
La función de reacción de los socios estadounidenses suele analizarse únicamente en términos de su propia política comercial
En este ámbito, sólo tienen dos opciones para mitigar el choque: o bien ofrecerse a reducir los aranceles sobre los productos estadounidenses, posiblemente a través de un acuerdo de libre comercio, o bien compensar las barreras estadounidenses desarrollando mercados alternativos.
Los criterios de elección suelen ser tanto económicos como políticos (como, por ejemplo, el coste que supondría para los gobiernos europeos una mayor apertura a los productos agrícolas estadounidenses o el desmantelamiento de los sistemas de protección de la excepción cultural, ya que serían dos de las principales exigencias estadounidenses en cualquier negociación comercial con la UE). Además, en el caso de China, no está nada claro que emprender un desarme comercial mutuo, con Pekín desmantelando su marco de ayudas estatales para exportaciones clave y rebajando los aranceles sobre los productos estadounidenses para convencer a Washington de que abandone la guerra comercial, vaya a tener necesariamente éxito. Dado que EE.UU. considera a China como un rival sistémico, podría existir una reticencia por parte estadounidense a contribuir a la prosperidad de China permitiendo un acceso sin restricciones a su mercado nacional, incluso si fuera correspondido por un mayor acceso del mercado chino.
Lo que está claro es que la negligencia benigna no puede ser una respuesta
De hecho, el impacto macroeconómico de un gran aumento de los aranceles estadounidenses sería significativo. En otras palabras, si todos los productos chinos acaban enfrentándose a un arancel aduanero del 60% en EE.UU., el impacto directo acumulado podría superar el 2% del PIB. No es un cambio pequeño. Los miembros de la UE se enfrentarían a un choque menor: una subida del 10% de los derechos de aduana, que también sería perceptible. Como ejemplo, el mercado estadounidense es cada vez más importante para los exportadores alemanes. Los envíos alemanes de mercancías a EE.UU. suponen casi el 4% del PIB alemán (véase el gráfico 4). Si se utiliza la misma elasticidad, una guerra comercial 2.0 podría costar a Alemania directamente el 0,4% del PIB. Esto no pasaría desapercibido en un país que lleva dos años tambaleándose al borde de la recesión"
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