Soy lo suficientemente mayor para confirmar que pasamos la vida tratando de no cometer los errores de nuestros padres. Cada crisis que vivimos también nos crea una carga similar. La de 2022 tiene a los bancos centrales esforzándose por evitar los pecados de los años 70, a la política fiscal resistiendo para no repetir las equivocaciones de 2009 y 2012, y al nuevo orden internacional intentando sacar enseñanzas de lo sucedido hace 100 años.
En economía, el tema del año ha sido la inflación
Como hace casi 50 años, el incremento de los precios tiene su origen en una disminución en la disponibilidad de insumos energéticos. El Banco Central Europeo (BCE) ha respondido con el aumento más intenso de los tipos de interés que se haya observado en la UEM en un período de seis meses. Su objetivo es mantener las expectativas de inflación ancladas, y evitar que empresas y trabajadores entren en un círculo vicioso tratando inútilmente de transferir el coste del incremento en el precio de la energía a unos u otros.
Lograr esto supondría un triunfo frente a lo observado en los años 70
Sin embargo, el problema que enfrenta el BCE es que la política monetaria actúa con retardo y sus efectos aún están por venir. Existe alguna evidencia de lo que se avecina. Los hogares españoles han comenzado a acelerar las amortizaciones del crédito hipotecario que tenían vigente. La demanda de financiación para compra de vivienda empieza a resentirse.
El saldo de crédito a las empresas sigue aumentando, pero muy por debajo de lo que lo hacen los ingresos. La demanda crece a corto plazo incentivada por las necesidades de liquidez ante el incremento en el coste de producción, pero cae de manera importante en plazos superiores a un año. Más aún, en relación con el PIB, el desapalancamiento del sector privado persiste y ya habría vuelto a niveles similares a los de 2019, antes de la utilización de las líneas del ICO.