Desde los máximos alcanzados en el mes de mayo, los indicadores individuales mostraron una tendencia descendente, con ciertos altibajos, que permitió una disminución progresiva del indicador general hasta niveles de estrés medio (valores entre 0,27 y 0,49) a partir del mes de agosto. Así, a finales de año, este se situaba en 0,36 y el segmento que mostraba más resistencia a la baja era el de intermediarios financieros (bancos), debido al fuerte descenso que habían experimentado sus cotizaciones y al aumento de los indicadores de volatilidad, con valores superiores a 0,70 (en marzo y abril llegó a situarse por encima de 0,86).
Durante los primeros meses de 2021, y a pesar de desarrollarse la tercera ola del coronavirus, el indicador de estrés ha continuado mostrando una tendencia a la baja, situándose a mediados de abril en un valor de 0,25, por debajo del umbral que separa el riesgo medio del riesgo bajo (0,27).
Tan solo se ha observado algún repunte poco significativo originado en el mercado de renta variable en aquellos momentos en los que, por un aumento puntual de algunas incertidumbres relacionadas con el funcionamiento del proceso de vacunación de la población, se han producido descensos de las cotizaciones y leves aumentos de la volatilidad.
El Gobierno no se da por enterado y sigue aumentando los desequilibrios ante un BCE que parece querer poner un poco de cordura.
— Daniel Lacalle (@dlacalle) May 20, 2023
Esta irresponsabilidad hará que lo más difícil de la normalización monetaria recaiga sobre el tejido productivo y las familias.https://t.co/1jGyaE9nih
Gráfico con los datos del indicador de estrés de los mercado financieros españoles
Las rentabilidades de la deuda repuntaron en los momentos iniciales de la crisis pero después descendieron con intensidad gracias a las medidas del BCE
Los mercados nacionales de deuda mostraron una evolución similar a la de otras economías europeas de nuestro entorno en 2020, caracterizada por el repunte de las rentabilidades y de las primas de riesgo en marzo y abril —en los momentos más turbulentos de la crisis— y descensos con posterioridad, soportados y alentados por las diferentes medidas adoptadas por el BCE, que dieron paso a un nuevo entorno de tipos de interés ultrarreducidos. En el caso de la deuda pública, los descensos experimentados tras dichos repuntes fueron de una intensidad tal que el balance del año fue bajista, alcanzándose mínimos históricos en muchos casos. Así, el rendimiento medio de las Letras del Tesoro a 3, 6 y 12 meses se situaba en diciembre en el mercado secundario en el -0,70 %, el -0,59 % y el -0,63 %16 respectivamente, lo que supone un descenso de entre 12 y 15 p.b. dependiendo del plazo respecto a 2019.
El rendimiento de los activos de deuda pública incluso cayó más (entre 24 y 40 p.b.), destacando la estabilización de la rentabilidad de la deuda a 10 años en valores cercanos a cero (y puntualmente por debajo) en el tramo final del ejercicio
En el caso de la deuda privada, se observó un comportamiento divergente entre las rentabilidades de los activos a corto plazo respecto de los de largo plazo. En estos últimos la tendencia observada fue, en términos generales, similar a la de los activos de deuda pública, con descensos en su rendimiento, algo inferiores a los 40 p.b., debido a los efectos de las compras de deuda corporativa del BCE y a la disminución de algunas incertidumbres en las últimas semanas del año. Por el contrario, la evolución del rendimiento de una muestra de pagarés en el momento de su emisión fue alcista, un hecho que se explica, en parte, por los mayores costes que están soportando las empresas más pequeñas para emitir deuda debido a su tamaño y su calidad crediticia