Cuando el pasado lunes 14 de febrero abrieron las Bolsas europeas, los Mercados lo hicieron, bajo la alarmante presión provocada por las amenazas de una inmediata invasión por parte de las más de 140.000 tropas con las que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, empleando la definición de “maniobras militares”, ocupaba el territorio fronterizo con Ucrania. Todo ello aderezado con el fracaso de los múltiples e infructuosos intentos de los principales líderes de la Unión Europea -encabezados por el presidente francés Emmanuel Macron- y de la dureza verbal del presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Sin que se vislumbrase una solución más o menos inmediata de la situación, todos los indicios apuntaban a que estábamos a un paso del estallido inmediato conflicto bélico.
Bajo este contexto de altísima incertidumbre, no era difícil de predecir que, ese mismo lunes 14 se cumpliese el dicho de que “el dinero es muy miedoso”. Las asustadas Bolsas asiáticas y europeas, salvo Wall Street que no abrió, estallaron. Se desplomaron con caídas medias de más de dos puntos porcentuales en las cotizaciones, lo que, en traducido a términos puramente económicos se puede estimar en miles de millones de dólares. Valga la pena señalar que todo ello se ubica dentro de la más pura ortodoxia de los mercados de capitales.
Escasas horas más tarde, se producía una curiosa coincidencia: el presidente ruso anunciaba la retirada de sus tropas y a la apertura de una nueva ronda de negociaciones con el objetivo de conseguir un “statu quo” en sus territorios ocupados y sus fronteras con Ucrania. Como no podía ser de otro modo al albur de este anuncio el efecto no se hizo esperar en los mercados de capitales: un día después, el martes 15 de febrero las bolsas recuperan de forma automática y casi inmediata sus niveles “pre crisis” y se los mercados financieros se estabilizan de nuevo.
A la vista de todo ello, una de las conclusiones que se empiezan a manejar en los foros financieros y económicos más selectos es que parece claro que aprovechando la conflictiva situación en Dombase y otras áreas fronterizas ucranianas bajo control ruso, Vladímir Putín -que no olvidemos su pasado como miembro aventajado de la KGB soviética-, ha empleado el renacido “Ejército Rojo” no sólo para amenazar la independencia de Ucrania y poner en un brete a la OTAN, sino que, además, en mi opinión como economista y estudioso de la geopolítica financiera, lo ha hecho para autofinanciarse a través de una macro operación bursátil de las llamadas “de libro”. Y lo ha hecho, de manera premeditada, con alevosía y aprovechando el miedo que se ha generado en los mercados financieros mundiales. Es más, es seguro que este movimiento haya proporcionado al Kremlin unos beneficios posiblemente superiores al coste de la logística de la operación militar en la que se ha incurrido con el despliegue de sus fuerzas en las fronteras ucranianas.
Dicho lo anterior, y a modo de conclusión, este conflicto, con su implícita tensión en las fronteras europeas, que tiene visos de alargarse y eternizarse en el tiempo con el consiguiente impacto negativo para las bolsas mundiales, podría de convertirse en otro eterno “deja vue” estratégico, como ya lo es el de Corea del Norte y Sur o más recientemente el China y Taiwán, con los cuales tendremos que convivir lamentablemente las próximas décadas.