Más allá de las perspectivas de inflación en el año que estrenamos, es importante para completar la narrativa tener una visión estructural de dónde se situará la inflación a largo plazo en las economías avanzadas y cuáles serán los determinantes que habrá que seguir con especial atención. En el fondo, la pregunta es dónde se situará la inflación cuando termine el ciclo que empezó con la COVID-19, y que ha tenido su continuación con la guerra en Ucrania, y qué pasará con los objetivos de inflación.

Gráfico con los datos de EEUU y eurozona, con expectativas de inflación de los consumidores a 3 años
Para que la inflación pueda volver a situarse cerca del 2,0% a medio plazo, el objetivo de la mayoría de los bancos centrales, será imprescindible anclar las expectativas de los agentes económicos alrededor de ese nivel
Para que la inflación pueda volver a situarse cerca del 2,0% a medio plazo, el objetivo de la mayoría de los bancos centrales, será imprescindible anclar las expectativas de los agentes económicos alrededor de ese nivel, es decir, evitar que piensen que nos adentramos en un mundo con inflaciones persistentemente más elevadas que el objetivo. Según el análisis del BCE, las expectativas de inflación de los consumidores europeos a tres años vista han subido del 2,0% a casi el 3,0% en apenas un año (véase el primer gráfico). Se trata de un salto no desdeñable que habrá que ver si se consolida o se acaba deshaciendo.
La credibilidad del banco central y sus políticas para evitar los efectos de segunda ronda serán claves. Y con una visión a largo plazo, que constituye el foco de este artículo, factores como la transición energética, la evolución de la globalización y los flujos migratorios jugarán un papel fundamental en las dinámicas de la inflación.
En las economías avanzadas, la transición energética tendrá un impacto incierto en el nivel de precios agregado, ya que hay distintas fuerzas contrapuestas que operan en los precios de los combustibles fósiles
Por el lado de la oferta, la incertidumbre regulatoria puede reducir la oferta de estos combustibles, lo que acarrearía mayores precios. Por el contrario, el frontloading de la producción, por las peores expectativas, y la irrupción de innovaciones tecnológicas (captura y mejoras en el almacenamiento de carbono, etc.) reducirían los precios. Por el lado de la demanda, parecen dominar los factores que comportarían una reducción de los precios de los combustibles fósiles: las preferencias por las energías limpias y una mayor inversión en energía verde reducirían la demanda de los combustibles fósiles y, por consiguiente, sus precios, pero la introducción de un impuesto sobre el carbono tendría un efecto incierto, dado que, aunque que se reduce la demanda y por tanto el precio antes del impuesto, dependiendo del tipo impositivo, el precio después del impuesto podría ser mayor.