La economía mundial encara una desaceleración en 2023 marcada por la necesidad de digerir las consecuencias de la guerra de Ucrania, la elevada inflación y el consiguiente endurecimiento monetario. Dentro de estas perspectivas, los datos más recientes aportan noticias positivas: la actividad ha resistido mejor de lo esperado al invierno y la inflación está confirmando su desaceleración.
El colchón de ahorro, la robustez del mercado laboral y las ayudas fiscales contra la crisis energética han respaldado la demanda, mientras que la oferta se ha visto aliviada por la normalización de los cuellos de botella y una distensión en los precios energéticos
Todo ello hace esperar una desaceleración económica menos acentuada de lo que se temía hace unos meses, aunque esta mejora todavía no permite escapar del entorno de elevada incertidumbre económica y geopolítica. Además, el endurecimiento monetario empieza a hacerse notar y sus consecuencias serán más tangibles en 2023.
Inflación: entre la distensión energética y la inercia subyacente
Una de las grandes incertidumbres a despejar en 2023 es la velocidad de corrección de la inflación. Desde los máximos del año pasado, la inflación general ha ido ralentizándose mientras las presiones subyacentes mostraban más inercia: así, los últimos datos muestran una inflación general del 6,5% interanual en EE. UU. (correspondiente a diciembre; –2,6 p. p. respecto al máximo) y del 8,5% en la eurozona (enero; –2,1 p. p.).
La principal fuerza detrás de este descenso es la gradual corrección de los precios de la energía, que irá a más en 2023, tanto por los propios efectos base como por la mejora de perspectivas en el plano energético (especialmente en el mercado europeo del gas, con un descenso en enero de los futuros para 2023 cercano al 50% respecto al promedio del 4T 2022).
También ayudará la normalización, ya muy visible a finales de 2022, de los cuellos de botella que venían lastrando la oferta global
La inercia para la inflación seguramente vendrá de los componentes más sensibles al mercado laboral, donde EE. UU. y Europa pueden presentar dinámicas distintas: los salarios de EE. UU. parecen desacelerarse desde cotas elevadas (de un 6,7% en verano al 6,1% el pasado diciembre, según el indicador de referencia de la Fed de Atlanta), mientras que en Europa vienen de tasas bajas pero que van gradualmente al alza.