En contexto y al mes de junio, los datos –ajustados por cierto- tanto del Fondo Monetario Internacional [FMI] como del Banco Mundial [BM] anotan para este año un impacto sobre la economía andina del -13,9% y -12% respectivamente. Para el organismo prestamista global y para el banco los rebotes [o crecimientos] pronosticados de cara al 2021 se ubicarán entre un 6,5% y 7% como techo.
La autoridad estadística local señala que la caída de la actividad en abril haló de un -40,49% intermes [esto es: abril versus marzo].
Efectivamente, el Instituto Nacional de Estadística e Informática [INEI] detalló que en el lapso enero a abril de este año, la actividad productiva se redujo en -13,10% interaño y en el periodo anualizado [mayo 2019 a abril 2020] disminuyó en -2,63% interanual.
Minería -que compromete tres quintos de nuestros despachos exportados- ajustó a la baja en un radical -47,26% en abril intermensual, ello en un entorno donde la actividad extractiva en oro y cobre –ambos minerales preciosos y básicos claves para generar divisas- colapsó para el período en -53,5% y -34,7% respectivamente.
Economistas prepago: la falacia del crecimiento neoliberal
No obstante y más allá de los números –que al final no dicen mucho para un segmento de economistas alejados de ser gestores de patronales empresariales o “economistas prepago” de gremios- debemos señalar que el camino hacia el crecimiento en las últimas tres décadas estuvo dominado, desde la actividad productiva privada, la inversión pública y hasta –y esto es lo increíble- desde la academia por un pensamiento hegemónico.
Pensamiento que se tradujo desde los años 90 del siglo pasado en dos detalles: dejarlo todo al mercado y apostar por un rodillo abrazador llamado “crecimiento”.
Crecimiento asimétrico por cierto, como decimos los economistas, o cuando una muestra poblacional está alejada de este incremento en la renta y acceso a servicios.
En medio, una clase media endeudada; además de obreros, campesinos, trabajadores y estudiantes igualmente golpeados por esta asimetría; minorías vulnerables, mujeres, personas LGBTI+ y niñez a la deriva y como actores de este crecimiento desequilibrado que procrastinó eficacia en política económica, política fiscal y en política monetaria.
Tres características que no convocaron a la “otredad” sino que jugó el pared con grupos de poder y que no sólo “vendió” la idea de que todo lo soluciona un centro comercial o una tarjeta de crédito, sino que estimuló tres dimensiones monstruosas que se traducen en un brutal incremento de la desigualdad patrimonial, falta de oportunidades para acceder a servicios básicos y una brecha o gap de infraestructura.
Esta última que provocó –aún más- las diferencias entre un Perú excluyente y una economía [o sector] que “está seguro” que este país son las cuadras que transitan entre la avenida Canaval y Moreyra en San Isidro, el malecón de Miraflores y los bares y pub de Barranco. Así como Santiago de Surco y La Molina. Todos distritos de Lima, que fagocita un tercio de la población del Perú.
Consecuencias de un Estado ausente de los 90
La pandemia por el nuevo coronavirus COVID 19 nos encuentra con una posición fiscal envidiable en la región, pero con un sistema de salud a punto de colapsar producto de treinta años de neoliberalismo que hundió las posibilidades de invertir por encima de un –medianamente decente- 6% o 7% del PBI en políticas de gasto o de presupuesto e infraestructura de salud pública.
En el Perú y con 985 contagios y 35 muertes por cada cien mil habitantes según datos del Johns Hopkins Hospital [al cierre de este texto], es evidente la ausencia de políticas públicas de gasto de capital desde el Estado que aten de eficacia.
Un Estado con la billetera llena, pero que sin embargo no dudó en usar el ahorro de las familias y empresas [1% del PBI real según el Banco Central de Reserva (BCR)] durante los dos primeros meses de la cuarentena [bimestre móvil 15 de marzo a 15 de mayo] para mitigar los efectos de un “apagón” económico en lugar de echar mano de la caja fiscal [sí lo hizo, pero en 0,6% del PBI según el central].
Un Estado que –desde la independencia de un BCR- no le tembló la mano para otorgar una media de S/ 10 millones a grupos económicos vía Reactiva I en tanto una pequeña editorial de Surco o un pequeño metal mecánico de Villa El Salvador recibían S/1.400 y S/3.000 respectivamente.
En suma, las acciones de un Gobierno central que –sin proponérselo- heredó este neoliberalismo y crecimiento falaz.
Propuestas
Las reformas políticas, reformas de justicia y reformas económicas son claves en momentos donde el bicentenario se encuentra a la vuelta de la esquina y con elecciones 2021 como contradanza.
En general, redefinir –desde lo económico- la gestión pública de gasto presupuestal se hace evidente en un entorno de desigualdad y falta de oportunidades para más de cuatro quintos de un mercado informal.
Una gestión de gasto de capital público que evite distorsiones no sólo como un GINI de más de uno de índice o desnutrición crónica infantil, o disonancias cognitivas como Reactiva I. Sino una reformulación de la gestión de gasto que permita un sector salud más sólido, una educación y cultura más honestas desde sus plataformas.
Y lo más importante: una reforma económica que acelere inversión pública de la mano con la privada en igualdad de condiciones con un nuevo empresariado más alejado de aquel mercantilismo que nos ataca desde el 9 de diciembre de 1824 en Ayacucho.
Una clase empresarial que asuma su compromiso con el sueño republicano, con justicia fiscal tributando lo que debe y protegiendo el entorno social y ambiental en las zonas o áreas desde donde gestiona su operación empresarial.
No obstante, todo lo anterior no se logrará sin un combate certero contra la corrupción, un desmantelamiento de la informalidad y un bloqueo de las instituciones copadas por grupos de poder político y económico.
Tres cabezas de hidra que deben ser extirpadas para –como dice Carmen McEvoy- alcanzar la utopía republicana.