Lo que hasta hace solo unas semanas se veía como un mal augurio hoy se observa cada vez más como algo inevitable. El Gobierno aún se resiste a mencionar la palabra pero el término ‘recesión’ ya se ha hecho un hueco en la conversación pública sobre la economía y la orientación de los últimos informes de analistas e instituciones empieza a dar por hecho que también en España (hasta ahora se preveía en Estados Unidos, con seguridad, y quizá en alguna de las grandes economías europeas) se vivirá una fase de contracción económica entre finales de este año y principios de 2023. Todo apunta a que esa contracción será compatible con el mantenimiento de un ritmo de crecimiento apreciable, en el entorno del 4% este año y del 2% en 2023, según el tono del consenso de los analistas, pero está por ver el impacto que ese paso atrás tendrá sobre la aún endeble recuperació3n económica española y, casi más que eso, sobre la confianza de los agentes económicos.
La inflación en Europa marca un nuevo récord, 9.1% vs 8.9% del mes anterior. El BCE estará debatiendo si para la próxima reunión de principios de septiembre debe subir los tipos un 0.75%. Yo creo que lo hará:
La inflación en Europa marca un nuevo récord, 9.1% vs 8.9% del mes anterior. El BCE estará debatiendo si para la próxima reunión de principios de septiembre debe subir los tipos un 0.75%. Yo creo que lo hará. pic.twitter.com/5z19b8wFEe
— Pablo Gil (@PabloGilTrader) August 31, 2022
El Banco Central Europeo ya ha emitido una primera señal de alarma al respecto
En su último Boletín Económico advierte de que los consumidores europeos han disminuido el gasto tanto en bienes como en servicios por “la preocupación persistente por la alta inflación y el deterioro de sus expectativas económicas y financieras”. La última Encuesta de Expectativas de los Consumidores (CES) difundida por la institución revela que en apenas dos meses, los que van de mayo a julio, la confianza de los consumidores en el contexto económico se ha ensombrecido de manera relevante. Hoy creen que la inflación va a ser este año aún más alta de lo que esperaban hace apenas unas semanas, que se va a mantener en niveles superiores al 2% al menos durante tres años más, que sus salarios no van a crecer lo suficiente como para mantener su poder adquisitivo y que el desempeño de la economía va a ser peor de lo esperado, lo que provocará repuntes del desempleo. Los consumidores parecen haber activado el ‘modo crisis’.
¿Y qué ocurre con las empresas? El panorama no es mucho más alentador
Una consulta realizada por el BCE a 71 responsables de grandes empresas europeas reveló una preocupación generalizada sobre el desempeño de la economía una vez pasado el verano, especialmente ante la eventualidad de que Rusia cierre de forma definitiva el grifo del gas a Europa, y la asunción de que es probable que final de año Europa se tenga que enfrentar a la temida recesión.
De repente todos los indicadores avanzados que los analistas observan con avidez para tratar de discernir la marcha futura de la economía se han ensombrecido. El PMI del sector manufacturero de la eurozona se ha situado ya en zona contractiva y el del sector servicios revela también una desaceleración de la actividad, pese a la aparente buena marcha del turismo, de la que se está beneficiando particularmente España.
Como ha sucedido en otras ocasiones, las señales que emite España son algo diferentes a las del resto de países de la Eurozona
La recuperación – ya se verá si casi total, como se preveía, o parcial- de la afluencia de turistas extranjeros a los destinos turísticos nacionales ha subido a la economía a una ola que ha alentado un extraordinario dato de crecimiento en el segundo trimestre del año, del 1,1%, holgadamente por encima de lo que preveían los analistas, y ha impulsado la creación de empleo, precisamente en los sectores que todavía tenían capacidad operativa para reactivarse tras el golpe de la pandemia: el turismo y la hostelería. La Encuesta de Población Activa del segundo trimestre proporcionó motivos para el entusiasmo en medio del clima de incertidumbre instalado desde el inicio del conflicto bélico en Ucrania tras reportar la creación de 383.000 nuevos puestos de trabajo hasta rozar los 20,5 millones de ocupados, una cifra cercana a los niveles récord de los años de la burbuja inmobiliaria.
El inusual tono de prudencia con el que las autoridades gubernamentales recibieron el dato ya auguraba que no era oro todo lo que relucía
Un puñado de días después se conocieron los datos de paro y afiliación de julio, un mes tradicionalmente agradecido para las estadísticas de empleo que sin embargo reportaron una subida del desempleo y la primera reducción de afiliados en un mes de julio en 21 años.
La confianza del Gobierno en la solidez de la recuperación económica española empieza también a resquebrajarse. Ya no se habla de la robustez del crecimiento español ni de la resiliencia adquirida por el tejido productivo. Hace apenas unos días la vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, consumó el giro discursivo del Ejecutivo en materia económica antes del parón de agosto con una frase demoledora. “Hay que prepararse para lo peor, pero esperando que no suceda”.
Lo que viene por delante preocupa
El nuevo ‘general invierno’ que amenaza a la economía europea y, por extensión, a la española es el probable corte del suministro del gas ruso, que puede crear una crisis energética sin precedentes en Europa. La artillería que acompaña al ‘general’ es igualmente inquietante: la presión de la inflación, el potencial impacto de la subida de los tipos interés sobre la financiación de familias y empresas y, desde una óptica más doméstica, sobre la consideración de los títulos de deuda del Tesoro en los mercados, y el mantenimiento de los problemas de suministro por los cuellos de botella en la red logística configuran un panorama que va a poner a prueba la resiliencia tanto de la economía europea como de la española. Recurriendo al tópico, a la vuelta del verano nos espera un ‘otoño caliente’.
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