Seguro que conoces a más de uno o una que es un poco pendenciero o pendenciera, y siempre está listo o lista para la pelea. ¿A que sí? Siempre a la defensiva, culpando a los demás de todos sus males y fracasos, haciendo comentarios sarcásticos...Vamos, que es un placer tener a esa persona cerquita...
Y seguro que conoces a gente que se suele enfadar con el conductor de delante porque se cambia de carril sin darle al intermitente, con la viejecita que tiene una charla amistosa en la fila de correos y te hace perder tiempo a tí y a los demás que estáis detrás...
Claro, ese conductor y esa viejecita la verdad es que hacían eso para molestarte, ¿a que si? La intención es de gran importancia en las relaciones, y es fundamental preguntarse cuál es el motivo de la otra persona. ¿De verdad quiere atacarnos personalmente?
A ver, tu pareja o tu amante critica el restaurante lujoso al que le has llevado, te dice que este fin de semana que hay un partido de fútbol que no te puedes perder hay que limpiar el trastero sí o sí, ¿lo hace queriendo enfadarte o fastidiarte? o ¿es sólo una petición legítima, una solicitud inesperada hecha en un mal momento o ninguna de las anteriores?
Y es que solemos relacionar la retroalimentación o los comportamientos que no nos gustan con auténticos ataques personales. Seguro que el estúpido de tu jefe toma una decisión y quedas convencido de que no es para tu beneficio, porque él tiene algo contra ti, que sí, que te tiene ojeriza, ya que una vez en una reunión hizo un comentario que no te gustó nada....
¿Conoces la "metáfora del martillo"?
“Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene pero le falta un martillo. El vecino tiene uno, así que decide pedírselo. Pero le asalta una duda: “¿Y si no quiere prestármelo?
Ayer casi ni me saludó, seguro que está enfadado conmigo... pero ¿yo qué le he hecho? Desde luego, si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo?
Vecinos como estos le amargan a uno la vida.Y encima se imaginará que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. ¡Es el colmo!” Así, nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir “buenos días”, nuestro hombre le grita furioso: “¡¿Sabe lo que le digo?, que no necesito para nada su martillo!”.
El vecino le responde con gesto entre sorprendido e irritado: “¡Y a mí qué me cuenta! ¡déjeme en paz!”; y de un portazo, cierra la puerta. Después, hace un comentario a su mujer: ‘A este vecino, ni agua, ¡vaya imbécil!”.
Y es que nada ni nadie, ni el mundo ni las personas con las que te encuentras han salido en tu contra. Ni tampoco hay conspiraciones contra ti. ¿O crees que sí?